Historias Hechas De Realidad
La Suerte De Uno, La Desgracias De Otro
Definitivamente aquella frase que dice: nada es verdad, nada es mentira, todo depende del cristal con que se mira, en esta historia resulta muy cierta, si no me crees checa el relato de este tipo con "suerte".
Siempre fui un tipo con suerte. Desde joven poseí el don del acierto, y la suerte no me ha abandonado nunca desde entonces. Jamás he dudado en mis apuestas y siempre he salido airoso de ellas. El azar me ha reportado una vida sin aprietos, llena de lujos, que la mayoría de gente ni tan siquiera puede llegar a soñar.
Nunca han faltado a mi alrededor preciosas mujeres, ropa cara y coches a la carta. Pero amigos, es una cosa curiosa esto de la suerte, el ganar siempre acaba por convertirse en una carga pesada. La suerte en exceso termina por ser algo demasiado envidiado y el receptor de la suerte, la materialización de esas envidias. Ahora me doy cuenta de que todo el mundo que pasó por mi vida no fue más que por mi suerte, quizás con la intención de conocer mi secreto o de beneficiarse de algún modo de mi don afortunado.
Con el tiempo, la suerte me ha llevado a convertirme en un ser solitario. Ya no es ningún aliciente para mí el ganar fajos de billetes en los casinos, me siento totalmente indiferente cuando veo en mis manos el cupón ganador de la lotería de la semana. Todo el mundo se aparta de mí, ya no encuentro compañeros de mesa en las timbas de poker porque a nadie le gusta jugar a sabiendas que perderá sin ningún género de dudas. Ahora, el juego ya no es para mí ningún placer y tan solo apuesto cuando las putas y el alcohol han quemado todo mi dinero. Me arrastro con nocturnidad por los clubs oscuros de la ciudad y me despierto con dolor de cabeza en cualquier cama desconocida.
Pero hoy es un día diferente, aquí sentado en esta mesa, siento de nuevo ese cosquilleo en las manos que hacía años que no sentía. Tiemblo de emoción al girar el tambor del revolver. Me trae sin cuidado el dinero que se amontona sobre la mesa, me traen sin cuidado los rostros sádicos que me miran aguantado sus sucias respiraciones. Hoy me siento de nuevo vivo y juego porque tengo ganas de jugar. Apoyo el hierro frío de la pistola sobre mi sien, sonrío y lentamente aprieto el gatillo… ¡click!… puta miseria, no hay bala en la recámara. Dejo de sonreír, hoy, por primera vez en mi vida, he tenido mala suerte.
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